Este hecho desencadena una terrible cadena de venganzas protagonizadas por Crimilda quien se refugia en la corte del rey Etzel Atila con quien accede a casarse. La emboscada de los vascones pasa a ser un ataque de Un libro fascinante, de una calidez y proximidad sorprendentes.
El personaje de Mime debe ser cantado por un tenor. Aparecen en escena como tres figuras de mujer ataviadas con oscuras y fruncidas vestiduras que se dedican a estirar un hilo de oro. El personaje de Logerepresentado por un tenor, es el consejero de Wotanes el dios del fuego, una fuerza elemental. Wotan las utiliza para la defensa violenta de su orden y de su castillo: Hagen es un guerrero, personaje siniestro, y receloso heredero del odio.
Siegmund es el primer poseedor del Nothung. La primera Norna, papel cantado por una contralto representa el pasado. Sigfrido es el joven que se marcha en busca del miedo y nunca llega a saber lo que es por su naturaleza sana. Ellas son criaturas elementales de la naturaleza, hijas de Erda y Wotan. Su leitmotiv es muy semejante al de los gigantes.
El leitmotiv utilizado por Wagner para representar la solemne altivez del Walhalla es el mismo que caracteriza al anillo pero variado al modo mayor. Su soberano es Wotan. Ellas nibelungo con onomatopeyas al reluciente brillo del oro, al destello arrancado por el sol al inerte mineral: Siglinde o Siglinda, hija de Wotan, welsunga, hermana gemela de Sigmundo, es un rol cantado por una soprano.
Por eso todos la aman, todos la quieren y la respetan querida por todos ya que el hombre siempre ha ansiado la inmortalidad. Sigfrido ha crecido libre en los bosques siendo educado por el nibelungo Mime. Posee valor, juventud, belleza y una tropa de aguerridos vasallos. Necessary Necessary. Necessary cookies are absolutely essential for the website to function properly. This category only includes cookies that ensures basic functionalities and security features of the website.
These cookies do not store any personal information. Non-necessary Non-necessary. Comienza desplegando grandes artes, cual hombre versado en el discurso. Se estremece el rey Marsil. En la mano tiene un dardo, emplumado de oro: su deseo es herir, pero lo retienen. El rey Marsil ha mudado de color y apresta su jabalina.
Dice el califa:. Y dicen los infieles:. Ha llegado demasiado lejos: no tiene derecho a la vida. Marsil se ha retirado en el vergel. Ha llevado consigo a los mejores de entre sus vasallos.
Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con veinte mil caballeros. Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con veinte mil franceses. Enviad al emperador tantos regalos que todos los franceses queden maravillados.
Enviadle cien mil de los vuestros para darles la primera batalla. Luego se besan en la cara y en la barba. El emperador se acerca nuevamente a sus dominios. El emperador ha abandonado temprano su lecho. Ha escuchado misa y maitines, y se mantiene erguido sobre la hierba verde, delante de su tienda. Los francos alzan el campamento, cargan los mulos y se encaminan hacia Francia, la dulce.
Hacia Francia, la dulce, cabalga el emperador. Al llegar a la cima de unos montes, hacen alto en una espesura. Son cuatrocientos mil, esperando el alba. Carlos, el poderoso emperador, reposa. Una bestia cruel le muerde el brazo derecho. Del fondo de la sala surge un lebrel que corre hacia Carlos, galopando y brincando; de una dentellada, parte al primer animal la oreja derecha y entabla feroz combate con el leopardo. Nadie lo sabe. El emperador cabalga gallardamente entre las filas del ejercito.
Un odio mortal posee vuestro cuerpo. Habla entonces como cumplido caballero:. El emperador mantiene la cabeza gacha. Alisa su barba y retuerce su mostacho. Y no puede contener el llanto. Cruzad vos los puertos con toda tranquilidad. Con mil franceses de Francia, que es su patria, Gualterio sale de las filas y alcanza los desfiladeros y las alturas. Desde quince leguas de distancia, se oye el ruido de la marcha de las tropas.
Lo invade el pesar y no puede contener el llanto. El emperador retorna a Francia; esconde su angustia bajo su manto. Tan grande es mi dolor que no puedo ocultarlo. Con voz sonora, grita ante Marsil:. Un noble de Balaguer se halla entre ellos. Una vez montado en su corcel y cubierto con su armadura, tiene muy buena estampa. Anhela que mala muerte alcance a los franceses.
Ved cuan buena y larga es mi espada: quiero esgrimirla contra Durandarte. Llega de otro lugar Escremis de Valtierra. Es sarraceno y Valtierra es su feudo. Entre la multitud, su voz clama ante Marsil:. La muerte ha marcado ya a los doce pares. A ellos se dirige Marsil:. Corriendo se acerca Margaris de Sevilla.
No hay entre los infieles mejor caballero. Por otro lado acude Chernublo de Monegros. Su cabellera flotante arrastra por los suelos. Llevan con ellos a cien mil sarracenos que arden en deseos de combatir y aprietan el paso.
Y todos juntos se dirigen hacia un bosquecillo de abetos para armarse. Poseen ricos escudos, picas valencianas y gonfalones blancos, azules y bermejos. Abandonando sus mulos y palafrenes, han montado sus corceles y cabalgan en apretadas filas.
Para realzar tal belleza, resuenan mil clarines. Y dice el conde Oliveros:. Oliveros ha subido a una colina. Oliveros ha trepado hasta una altura. En su fuero interno, se siente fuertemente conturbado. Tan aprisa como lo permiten sus piernas, desciende la colina, se acerca a los franceses y les relata todo lo que sabe. Los viles sarracenos vinieron a los puertos para labrar su infortunio. Os lo juro: a todos les espera la muerte. Los felones sarracenos se han reunido para desdicha suya. Ambos ostentan asombroso denuedo.
Los dos condes son valerosos y nobles sus palabras. En este lugar resistiremos firmemente. Interpela a los franceses y a Oliveros:.
Espolea a su caballo y sube por la pendiente de una colina. Bajan del caballo los franceses y se prosternan en la tierra. Se yerguen los franceses y se ponen de pie. Luego montan nuevamente en sus ligeros corceles.
Se halla cubierto de su coraza que realza su figura y blande denodadamente su lanza. Estos infieles van en busca de su martirio. Ni una palabra sabe de esto, el esforzado rey, y no es suya la culpa, como tampoco merecen reproche alguno todos estos valientes. En nombre de Dios os exhorto a bien herir. Y no olvidemos la divisa de Carlos. Los sarracenos los reciben sin miedo. Le arranca el alma con su lanza y la tira afuera. Hunde violentamente el hierro, estremeciendo al cuerpo; con el asta lo derriba muerto del caballo y al caer se le parte la nuca en dos mitades.
Es tan amplia su frente que puede medirse medio pie entre sus dos ojos. Cuando ve muerto a su sobrino, lo invade gran duelo. Sale de entre la multitud, retando al primero que encuentra, clama el grito de guerra de los infieles y lanza a los franceses palabras injuriosas:.
Mira en el suelo al traidor que yace y le dice entonces fieramente:. Clava sus espuelas de oro fino y lo acomete con violencia.
El buen escudo del infiel de nada le vale. Le desgarra la cota hasta la carne y le hunde su buena pica en el cuerpo. El sarraceno se desploma como una masa. Le rompe el escudo que ostenta adornos de oro y florones. De nada le sirve su buena coraza.
Le quiebra el escudo bajo la dorada bloca, desgarra de arriba abajo su doble cota y le hunde en el cuerpo el hierro de su buena pica. Empuja con fuerza y sale la punta por la espalda del adversario; con el asta lo derriba muerto sobre el campo.
Le quiebra el escudo que lleva al cuello, descoyunta sus partes, le rompe el ventalle de la armadura y lo hiere en el pecho, bajo la garganta; con el asta, lo derriba muerto de su silla.
Luego le dice:. Y Berenguer hiere a Estramariz. De los doce pares, diez. Espoleando a su caballo corre a herir a Oliveros. Le rompe su escudo bajo la bloca de oro puro.
A lo largo de sus costados endereza su pica, mas Dios guarda a Oliveros: su cuerpo no ha sido tocado. Margaris pasa a su lado sin que nadie le estorbe; hace sonar su trompa para reunir a los suyos.
Entonces desnuda a Durandarte, su buena espada. Espolea a su caballo y acomete a Chernublo. Le parte el yelmo en el que centellean los carbunclos, le desgarra la cofia junto con el cuero cabelludo, le hiende el rostro entre los dos ojos y la cota blanca de menudas mallas, y el tronco hasta la horcajadura.
Le parte el espinazo sin buscar la juntura y lo derriba muerto con su jinete sobre la abundante hierba del prado. Enarbola a Durandarte, afilada y tajante. Gran matanza provoca entre los sarracenos. No le va en zaga Oliveros, ni los doce pares, ni los francos que hieren con redoblado ardor.
Le rompe el escudo, guarnecido de oro y de florones, fuera de la cabeza le hace saltar los dos ojos y se le derraman los sesos hasta los pies. Hiere a un infiel, Justino de Valherrado.
En dos mitades le divide la cabeza, hendiendo el cuerpo y la acerada cota, la rica montura de oro en la que se engastan las piedras preciosas y aun el cuerpo del caballo, al que parte el espinazo.
Ambos sueltan las riendas, espolean a sus corceles y van a herir a un infiel, Timocel, el uno sobre el escudo y el otro sobre la coraza. Las dos picas se rompen en el cuerpo. Lo derriban muerto en un campo. La batalla se ha tornado encarnizada. Francos y sarracenos cambian golpes que es maravilla verlos. El uno ataca y el otro se defiende. La batalla es prodigiosa y dura. Por centenas y miles mueren los paganos. Los francos van perdiendo su mejores puntales. A todo el que lo ve, invade el espanto.
Algunos dicen:. Los franceses han combatido con entereza, firmemente. Han perecido multitudes de infieles, por millares. Y dice el arzobispo:. Nadie los tuvo mejores bajo el firmamento. Puede contar con veinte cuerpos de tropa que ha formado en batalla. Contempla Marsil el martirio de los suyos.
Entre los primeros galopa un sarraceno. El arzobispo comienza la batalla. Atraviesa al sarraceno de parte a parte y lo derriba muerto sobre la tierra desnuda.
Y dicen los franceses:. Entonces les dice su parecer el arzobispo:. Mejor nos vale morir combatiendo. El infiel le hunde en el cuerpo la punta de su lanza; apoya con fuerza, el hierro lo traspasa de parte a parte; con el asta lo derriba de espaldas en el campo, gritando:. Clava en su corcel las espuelas de oro puro. Blande Altaclara, cuyo acero chorrea sangre; con todas sus fuerzas acomete al infiel. Sacude la hoja en la herida y se desploma el sarraceno; los demonios se llevan su alma.
Le parte el escudo, le rompe la cota y le hunde en la carne las franjas de su oriflama. Con el asta lo arranca de la silla y lo derriba muerto, gritando:.